El breve viaje del Sr. Mojón

AY días que es mejor olvidar. Hay días en los que uno se siente fontanero figuradamente, venga a solucionar atascos, venga a achicar agua, y venga a cerrar grifos que otros dejaron abiertos figuradamente. Pero por mal que vayan las cosas, si se unen problemas fontaneriles de verdad irán mucho peor.

El caso es que me hallaba yo harto de tanto grifo figurado, cuando de repente me dió por visitar al Sr. Roca. Acabada la faena, incluyendo el paperwork, tiré de la inexistente cadena, pero la esperada operación Remolino no funcionó. Bueno, si funcionó pero a bajas revoluciones, con lo que el efecto succionador no tuvo lugar. Allí quedó el Sr. Mojón dando vueltas (paperwork included) y allí quedé yo mirando atónito. Sucedió que encontré a mi alcance una botellita de amoniaco, que vertí con cuidado en el susodicho inodoro (pero de seguir así por poco tiempo), esperando que cierto efecto corrosivo ayudase a mis propósitos. Animado volví a accionar la palanca y el remolino se animó muy ligeramente, pero lo suficiente como para que aquello desapareciese de mi vista sifón abajo.

Hasta aquí todo bien. Satisfecho me dirigí a comentar cierto asuntillo con un compañero. Al cabo de unos 15 minutos, otro se aproximó a mi y me dijo ---¿sabes donde hay un mocho?. ¿Para qué? --- pregunté yo. ---Es que la cisterna no ha cerrado bien y el agua que desborda el inodoro sale por debajo de la puerta ---. Horrorizado salí pitando a evaluar la situación. La llave de paso de la cisterna ya había sido cerrada, con lo que el peligro de inundación estaba conjurado, y del Sr. Mojón seguía sin haber ni rastro. Sólo restaba recojer buenamente el agua que inundaba el piso del baño. Todo quedó claro al instante. Si una cisterna no cierra bien no pasa nada, porque el agua antes de rebosar es vertida al inodoro. Pero si éste está atascado, es el inodoro el que acaba desbordado.

Pobre Mojón, se las había prometido tan felices en el inicio de su viaje hasta Lisboa. Ahora yacía inmovil en algún punto de un tramo horizontal de diez metros de cañería. A algunos laureados arquitectos habria que mandarles remangarse y faenar con sus engendros.

Y como no hay dos sin tres, el lavavajillas de casa no desagua.